El día de ayer la
señora Juana iba rumbo a su trabajo. Caminaba, como todos los días, por la avenida novena, buscando el paradero de buses. Todos, como marionetas, se cruzaban y esquivaban
los obstáculos para no interrumpirle el camino a alguien, nos comenta su hija Rebeca, a quien
su madre le contó lo sucedido el día de ayer. De pronto, el cielo se oscurece y las nubes se tornan pesadas. Anuncian una manifestación.
Pocos
logran percibir el fenómeno, hasta que ocurre lo inesperado: Llega la lluvia y provoca la dispersión de la multitud, lo que saca a la gente del letargo. El correr de la lluvia para buscar
refugio nos obligó a detenernos en la carrera de la vida, dijo la señora Juana.
Alrededor se escuchan todo tipo de expresiones: de sorpresa, enojo, angustia, cansancio... Entre las mujeres se ocultaban, para evitar que las gotas de agua
tocaran sus cabellos. Justo allí, en ese instante, se escucha una voz con un tono
sereno y tranquilo que dice “Acaso ya no disfrutamos de la lluvia, la que nos
devuelve el tiempo para reflexionar y sentir nostalgia, es tanto el afán que
tenemos que ya ni la lluvia nos conmueve”
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