Taciturno.
Comienza a hablar y su voz es grave aún así suave, bastante agradable. Me recuerda a un día de invierno recostada bajo los árboles de Santa Helena, mientras la lluvia cae en mi rostro y mis oídos escuchan la voz de un amigo al son de un par de guitarras. Esta voz y la de aquel día, parecen vibrar al mismo tono.
Le miro y es como si estuviese incómodo. Está allí sentado porque debe hacerlo. Aquí a mi lado en cuerpo y con su mente en otro sitio. Tal vez piensa por qué debe hablar de quién es, de su vida y de sus gustos a una simple extraña que ha notado su presencia hace unos dos minutos.
O tal vez piensa en la vida y cómo se puede llegar a conocer a alguien de una forma tan precipitada y superflua.
O acaso imagina cómo el universo siempre nos conducirá a un número o varios quizás…
Tiene sentido: él estudia matemáticas y yo, su mirada perdida, un tanto curiosa.
Alejandro, Aléxandros. Nombre histórico, vigoroso, evoca algo bizarro y no es como éste ni como aquél, no es como quien tengo ante mí. Pero allí está la esencia de llevar un nombre: nadie lo lleva del mismo modo ni lo impregna con la misma naturaleza. Cada uno lo marca de una forma diferente y lo lleva de una forma especial como si se tratara de algún tipo de accesorio. Esto sucede con este ser ante mis ojos, tímido y curioso, como un gato; los cuales le gustan. Alguna relación habrá allí pues de algún modo los gustos nos definen y constituyen parte de lo que somos.
Su esencia es inmutable y madura, lo que implica que siempre será el mismo, aunque cambie de gustos y no se reconozca ante su propia imagen. Cuando su físico ya no sea el mismo, su ser permanecerá.
Luce circunspecto, lo cual hace que le perciba como alguien mayor. Quizás sea por lo que transmite su forma de ser: sensatez y experiencia. Pero en realidad es un cuerpo joven, de tan sólo 19 años, con la prudencia de alguien que llevaría unas cinco vueltas más alrededor de este ardiente sol.
Detallo su cabello oscuro, como sus ojos y posteriormente dirijo la mirada a sus manos, mientras le escucho hablar: Son grandes y gruesas, complementan su voz. Las mueve con ligereza y seguridad por lo que se ve cómodo consigo mismo aunque no parece estarlo entre la gente.
Vuelvo a mirarle, pero me evade, aunque responde a mis preguntas. Entonces puedo ver un poco más de él, en la medida en que habla. Se le ve sereno y esto es como le gusta ser: sin responsabilidades o presiones.
Al tiempo que voy descubriendo esto, me habla de su época escolar, que reconoce disfrutó y puede haber definido quién es hoy…
Es pensativo y maduro. Se ve que le gusta la tranquilidad y estar libre de obligaciones.
Noto a la vez que es una persona alegre, aunque no necesariamente feliz, no puedo afirmar que lo sea pues no conozco su vida, pero sí su mirada que me lleva a pensar esta primera frase. Además, ¿Quién dice que la primera implique la segunda? La felicidad sólo dura un instante, pero la alegría puede hacerlo una vida o dos.
Su inclinación por la quietud se refleja en lo que le interesa hacer y con esto me refiero a estar unido a la naturaleza, salir a sitios en los que pueda disfrutar de la brisa y del sonido de las aves. Es un sujeto natural que gusta de sentirse así y de estar conectado al mundo y su creación.
Es taciturno y biofílico.
Su nombre, Alejandro Echavarría.
Logra una muy buena descripción, porque el texto no se basa estrictamente en lo que le pudo el retratado contar, ni en las palabras -ya tan gastadas y sin sentido de nuestra época- que hayan podido salir de su boca.El autor está vez prefiere mostrar otros elementos a la vez que juega con su imaginación; nota, por ejemplo, que está incomodo, incluso se arriesga a decir que piensa aquel. Sin duda alguna resulta muy interesante como se percibe a un ser mas allá de lo que le pueda contar
ResponderEliminarEs interesante ver como las personas describen de tan distinta manera a otro. Todos le damos un toque personal a nuestros escritos y aunque en un principio, la atención se puede llegar a perder por unos instantes, debido a una visión personal y no sé si por un recuerdo. También es cierto que luego, muy elocuentemente, intenta introducir al lector en lo que puede percibir de la otra persona y en ciertos momentos, da la sensación de que estuviéramos viendo por sus propios ojos.
ResponderEliminarPor lo que veo a todos siempre les gustó un texto más que otro, y este es sin duda mi favorito entre todos los que he leído, me sorprende antes que tenga tan pocos comentarios, lo cual me lleva a la pregunta, ¿será que nadie entendió el texto o pocos nos dimos el gusto de disfrutar esta lectura?. La manera tan única y ácida (como solo ella lo podría decir) de describir un personaje es sin duda una de las cosas por las que este retrato resalta entre las otras, no necesitó darnos una biografía de Alejandro para desenmascarar al ser humano que se esconde detrás de un cuerpo, solo necesitó unas clases y unas cuantas miradas, y Melissa logró exprimir del personaje hasta el último pedazo de su ser, ahora ni hablar de las expresiones utilizadas a la hora de exponernos sus observaciones como toda una científica de la sustancia, que dejan ver que hay otras formas de ver las cosas, no con los ojos del cuerpo, más que con los ojos del ser.
ResponderEliminarSin imponer el hecho de que se trata de mi descripción, me parece justo aclarar que su amplio vocabulario enriquece y hace de su escrito descriptivo algo excepcional, digno de admiración en todos los aspectos que puedo observar.
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