domingo, 13 de marzo de 2016

Retrato de Melissa Montoya, por Juan Pablo Cano.

Por alguna extraña razón su piel pálida y su cabello rubio hacen remembranza a esos días que terminan bañados  por agua, y al detenerse la lluvia, los colores naturales que quedan plasmado en la ciudad combinan perfectamente con ella.
Tiene una mirada de fuego, de fuego verde, que hace estragos a su paso. Cualquiera pensaría que al mirarla fijamente a los ojos  se podría  ver dentro de ella y así, descubrir que no siempre tiene esa posición de seguridad ante el mundo que la caracteriza; no resulta tan fácil, ya que sus ojos los cubren largas pestañas que le sirve como  distractor, además  en ellos tiene su propio cancerbero y no cualquier vivo puede entrar.
No se define entre el frío y el calor, como tampoco entre ser violenta y tierna, lo cual armoniza de manera casi perfecta con sensualidad, y apetece saber quién establece la hegemonía. Cada mirada, cada paso, cada guiño se convierte en una disputa dentro de sí, un caos, que contrasta con la serenidad  y pasividad que expresa.
De labios blandos y tersos que parecen hechos por un artista, por ella. Ella es artista, se define, experimenta consigo misma, se crea y se destruye, es el fuego mismo.
Su cuerpo no conoce la perfección y aún así abofetearía a Da Vinci y su Vitruvio;  Es delgada, como delgadas son las líneas  de las ideas que la mantienen lastrada a la tierra y las que la llevan a descubrir planetas. Frágil, que pareciera  que sus huesos se destruirán en un abrazo. Brazos perfectos para envolver el cuerpo de su guitarra o de cualquier amante. Piernas igual de delgadas que ameritan seguir su paso. Sensible es la piel, donde muchos desearían leer en braille una historia suya.
Su mente, un tanto flexible y un tanto sativa le confiere la capacidad de escapar de cualquier situación. En su mundo, dormir debiera ser un absurdo; para que quiere hacerlo si en los breves momentos que está despierta es cuando más sueña… sueña con serpientes, socialismo, unicornios terroristas,  pizzas de cartón,  amantes en venus, o poetas en Medellín o lo que sea que se le ocurra cuando se habla de ciencia.
No, no es locura, es un intento de escapar de la aburrida ciudad que nos ensucia, que nos define, nada más cuerdo que eso. Es su caminar extraño lo que desnuda su verdadera locura, me declaro imposibilitado de describirlo.
Un vestido corto que juega con nuestra imaginación, una blusa a rayas y un lazo en su cabello que no le quita su libertad deja ver claramente su rol de asesina, el cual cumple exquisitamente, estando tan dispuesta que siempre está vestida para matar.





3 comentarios:

  1. Magnifico trabajo, las palabras quedan cortas. Una manera muy bonita de plasmar un personaje y dejar al descubierto la mìnima parte de èl, dejando una curiosidad enorme.

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  2. Sin duda Melissa se debe sentir a gusto con su descripción no solo metafórica, sino simpática a la vez. Su retrato nos abre una puerta a lo que representa para el autor y algunas de las cualidades que se aprecian a simple vista de ella, aunque el conocer a Melissa (mi psicópata favorita) requiere más que un simple retrato, entre esos requerimientos se podría decir que está su consentimiento a entrar en su vida y el abrir nuestras mentes a descubrir una persona que representa un mundo completamente nuevo y fenomenal, que ni siquiera el mismo Caroll se pudo haber imaginado.

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  3. Las ideas fluyen en el sanatorio y confluyen en que no es romántico como dicen ciertos seres cursis del aula de clase; es una seductora forma de describir la vesania o los indicios de esta en un ente y de revelar como aquellas excentricidades que nos hacen únicos se pueden tornan en algo agradable y palpitante a la vez que se muestra la forma en que un ser tan ambiguo y contradictorio puede ser uno solo y unirse con el texto. Es un escrito que atrapa la mente del lector desde el primer instante tanto por la afluencia del lenguaje como por la estética que se maneja.

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