Había
una vez una niña llamada Mariana que tenía muchas muñecas y peluches y vivía
con su familia en envigado. Su juguete favorito era un perro con un buso rojo con franjas verdes, que ella llamó Toby.
Cada
que Mariana miraba los ojos de su perro veía en estos una gran tristeza
reflejada y no era capaz de sostenerle la mirada. Aun así siempre lo tenía a su
lado.
Mariana
pasó toda su niñez al lado de su mascota de peluche. Siempre lo llevaba a todos
lados.
Un
día, a media noche, escuchó un estruendo que provenía de la cocina. Alarmada,
despertó a su abuela Rocío y le contó. Su abuela se dirigió a la cocina, la
niña iba detrás de ella. Cuando llegaron, encontraron a Toby en el suelo y muchos trastes quebrados. La abuela
tenía cara de temor, como si tuviera un fantasma en frente de ella, pero este
gesto no le duró mucho y comenzó a recoger los trastes rotos, mientras Mariana se iba a dormir.
A
la mañana siguiente la abuela preparaba el almuerzo con una tía de Mariana. La niña pasaba por la cocina y escuchó a su
abuela decir, que de nuevo Toby estaba
apareciendo en lugares extraños. Mariana no le prestó atención a eso.
Con
el tiempo Mariana notó que efectivamente Toby aparecía en lugares fuera de lo usual y pensó que Toby tenía
vida. Desde ese día lo trató como una mascota real.
En
las noches, Toby siempre desaparecía.
Mariana
creció y su familia decidió vender la casa.
La
niña no volvió a ver a Toby
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