domingo, 21 de abril de 2019

De persona a Ángel. Bryan Barrientos Caro, 10°1


Érase una vez un niño que tenía a la mejor persona del mundo: su padre. Siempre estaban juntos 24/7, salían, conocían, hablaban, reían y se divertían mucho. Era muy atento con él, lo apoyaba en todo, sobretodo en el fútbol, lo llevaba a los entrenamientos y partidos. Le hacía sentir seguridad en lo hacía.

Su padre padecía de cáncer de pulmón, pero nunca le había dicho nada a su hijo para no preocuparle.
Un día, su padre fue al hospital para mirar cómo iba con su tratamiento. El doctor miraba los resultados, que no eran optimistas. Aun así, el paciente nunca se quejaba.

Una tarde el niño estaba haciendo sus tareas, cuando escucha a su padre vomitando sangre. Se queda sorprendido, aunque era muy niño se preguntaba por qué su papá vomita sangre. Él niño sabía que algo no estaba bien.

En una ocasión, su madre se fue de madrugada con su padre para el hospital, cuando el niño despierta pregunta por ellos. Su abuela le cuenta que tuvieron que ir al hospital.
Al llegar la noche suena el teléfono. Era su madre - Ya no está con nosotros, dijo.

El niño comprendió esa frase y se reventó a llorar. Su padre había fallecido. Ya no lo volvería a ver.

Pasa el tiempo pero el niño nunca dejó de pensar en su padre. Lo considera  su Ángel guardián.

El niño se llama Bryan. Ahora tiene 18 años y aún no olvida a su padre. Su más grande bendición.

Recuerda que solo se muere quién se olvida.


Un Dinosaurio hecho de Objetos. Por Iván Tang Zhu, 10-1


Soy Jack, un estudiante de la universidad, actualmente estudio Ciencias Políticas.

Antes vivía en un apartamento pequeño, en un segundo piso. Tenía dos alcobas, una  cocina y un comedor. Aunque había dos alcobas  dormíamos en una. Solo teníamos un pasillo por el cual pasábamos y un armario grande que no se podía abrir del todo por la ubicación de dos camas y tres colchones. Mi Mamá y mi  hermana dormían en una y mi papá en otra. Yo en vez de cama tenía un colchón,  en el suelo.

Nadie dormía en la otra alcoba porque se le oía mucho los carros que pasaban por las noches y no dejaba dormir. Esa alcoba se utilizaba para planchar, secar la ropa –tenía un balcón- y tenía un baño. En los días donde yo no estaba en el colegio jugaba en este cuarto. No tenía muchos juguetes, solo esos, pequeños, que salían en los yogures.

Con el tiempo fui combinando diferentes objetos. Imaginaba que eran personajes de una historia. Uno de los que fue especial para mí era la combinación de una silla de patas cortas, una caja de legos encima de la silla y un bolsito de los que se amarran en la cintura, enredado a la tapa de la caja de Legos: El bolsito era el cuello y la cabeza, la caja de Legos, el cuerpo. La silla de patas cortas, las patas de lo que en mi cabeza era el líder de toda una historia creada por mí. Tenía la forma de un dinosaurio. Era inteligente, sabio, grande y con un gran sentido de la justicia. Su nombre no lo recuerdo, seguro era raro y poco usado. Era mi favorito, aunque hice otros personajes con otros objetos este era especial para mí.

Un día mi mamá botó por error la silla de patas cortas, la caja de Legos y el bolsito. Creyó que eran basura, pues en ese momento estaban sucios. Me dijo que los puso en el poste al frente de la casa. Salí corriendo a ver si estaban, pero no fue así. Salí a buscarlo. Pensaba que a lo mejor el vagabundo que siempre pasa a esa hora lo tiene.

Habían pasado varias horas, tenía hambre y cansancio, de caminar. En algún momento giré en una esquina y ahí estaba el vagabundo con la silla de patas cortas, la caja de Legos y el bolsito. Los había encontrado, estaba feliz, es como si esos objetos y yo tuviéramos una conexión especial, como si mi mente inconsciente ya sabía el camino que tenía de tomar. El vagabundo dormía, cogí mis objetos con la mayor delicadeza, agilidad y silencio posible. Era de noche, me venció el sueño y me dormí en una banca, en la calle.

Lo siguiente que recuerdo es que mi mamá me levantaba, lloraba, preocupada. A su lado estaba mi papá.

Actualmente no sé qué habrá pasado con esos objetos, lo que si se es que me importaban bastante y pasé buenos momentos con ellos.

sábado, 20 de abril de 2019

Andrés Leonardo. Por Por Juan Fernando Carrillo Cárdenas,10-1.

Cuando yo era niño, como a los 5 o 6 años, no tenía juguetes porque los destrozaba, ninguno me duraba más de un mes, los destruía de alguna forma, ya sea quitándole las baterías o sacándoles el relleno.

Llegó el día en el que mi mamá decidió no volver a comprarme juguetes, porque según ella yo los desaparecía. Eso no me afectó, ya que estaba acostumbrado a no hacer nada, pero sentía la necesidad de tener algo en las manos, alguien con quién jugar. Pasé muchas tardes solo, con la compañía del televisor, uno viejo, de pantalla “inflada”, con cinco canales nacionales y uno venezolano que se veía borroso, en el que de vez en cuando emitían dibujos animados.

Todos los días era la misma rutina, me hacía falta un amigo…

Un día mi tía me trajo un regalo de cumpleaños atrasado, eso me sorprendió, hacía tiempo no recibía un regalo, era un caballo de palo con la cabeza gris. Brinqué de la felicidad, ya que a mi me encantaban los caballos.

Desde ese día nunca me volví a sentir solo, traté a ese caballo de palo como a una persona real. Mi mamá me dijo que le pusiera un nombre. Lo pensé y lo llamé Andrés Leonardo, que así se llamaba mi mejor amigo del colegio.
No sé por qué le puse hasta apellido. Casualmente Andrés Leonardo era el único caballo de palo que no solo se usaba para montar, también podía caminar -dando pequeños saltos-, cocinar,  ser un guardián, médico o paciente.

Dormía conmigo, aunque fuera un palo. Yo podía hablar, pero él no, al menos como una persona, sino en un idioma que llamé “caballesco”.

Cada vez que jugaba con Andrés Leonardo hablaba caballesco,  un idioma conformado por relinches de caballo, decidí que fueran relinches para que Andrés Leonardo pudiera comunicarse de forma más fácil.

Pasaron años jugando con el caballito.

Un día, de tanto jugar con él, se le cayó un ojo. Lo tomé como un juego y fingí llevarlo a un hospital, donde en vez de jeringas había agujas de coser. El hospital era el cuarto de mi abuela. Le pedí a ella que le cosiera un ojo a mi caballo de palo. Ella agarró una bola de lana gruesa y una aguja grande y empezó a coserle el ojo.

Mientras, yo hacía la voz de Andrés Leonardo, decía que le dolía mucho y le pedía que tuviera mucho cuidado. Ella lo reparó y me lo devolvió. Seguí jugando con él varios días más, hasta que un día decidí cortarle el cabello -tenía una melena de lana-, cogí las tijeras de mi abuela y empecé a cortarle la lana hasta quedar casi calvo. Nunca lo había lavado, tenía el pelo negro de la mugre, como yo, ese día. Nos lavaron el cabello, primero lo lavé a él, lo llevé al lavadero y le dije a mi mamá que me prestara su champú.

Así que ella fue al baño y trabajó, no sólo el champú,  sino el jabón de manos y la crema del cabello. Me ayudó a bañarlo. Quedó limpio y suave, con olor a vainilla.

Traté a ese caballo como a mi hermano.

Como todo niño fui dejando mi imaginación y mis juguetes. Cada vez jugaba menos con Andrés Leonardo, me aburría.

Un día, simplemente me olvidé de él, de su lenguaje, de sus comidas, de sus aventuras.

Actualmente tiene un alto valor sentimental para mí y aún lo conservo, así no lo use. Nunca me desharé de él, pues él fue por alguna vez mi mejor amigo en vida, aunque él no la tuviera.



El idioma de los Dioses. Por Santiago Nieto, 10-1.


Un día, sentado en mi cuarto, sin hacer nada y con una gran crisis existencial encima, me dio por ponerme a buscar cosas nuevas. No hallaba nada interesante…ya me estaba quedando dormido cuando a lo lejos escuché una melodía. No sabía de dónde venía. Se me hacía que era un vecino raro que vive en el mismo edificio y que se mantiene con su equipo de sonido a todo volumen 24/7, tooodo el año.

La verdad, es un agradable sujeto. Vive feliz. De personalidad descomplicada, pelo largo con trenzas, súper enredado, parece un pajar. Viste súper bien.

En la noche salí. Estaba deprimido. Justamente él también salía. No sé por qué pero le pregunté por qué siempre estaba feliz. Él  con toda la confianza del mundo me respondió, con voz gruesa, como de locutor: ”ven y te muestro chico. Tal vez lo que te voy a mostrar  lo habrás escuchado alguna vez en tu vida, pero no como yo lo hago. Asé que ven, te invito a mi apartamento”.

La verdad, cuando lo escuché me dio un poco de miedo. No puedo negar que me alborotó la adrenalina, y con mi depresión y sin nada qué hacer, acepté su invitación.

Entré a su apartamento, todo normal. Él me dijo: “todo muy normal ¿eh?, acompáñame al mejor lugar de esta casa, mi cuarto; acá conocerás “el idioma de los dioses”. Así que fui. La verdad, estaba preparado con todas las de la ley para salir corriendo, después de pegarle tres patadas ninjas en la cara del sujeto.

Al entrar, vi su cama y un equipo de sonido, al lado de a unas diademas “beats” blancas, como 80 mil discos de acetato, afiches por todas partes y uno muy grande de Bob Marley. Nada más. Me dijo: “siéntate”. Le hice caso como si estuviera entrenando a una mascota. Me preguntó:”¿Quieres hacer  un poco de ruido?”. Con un nudo en la garganta dije: “sí, ¿por qué no”? Así que cerró la puerta (se me pusieron los pelos de punta), cogió un vinilo y lo introdujo en su equipo de sonido, le subió el volumen al máximo y empezó a sonar “dont worry,be happy”, de Bob Marley. Me pidió que me concentrara en su letra, que si tenía algún problema de depresión o algo similar que intentara solucionar todo por un momento con su letra, que reflexionara con cada párrafo y sobre todo, con el coro.

Fue así que logré identificar con la canción mi depresión y aquellas vibras malas. La verdad, cuando terminé de escucharla sentí un breve alivio, una carga de buena energía en mi alma. Entendí por qué el sujeto vivía feliz, algo que no es común en mi mundo.

Quedé asombrado pues la verdad ¿quién no ha escuchado esta canción?  Una Vez la escuché y de unos dos minutos de reflexión, el sujeto me dice: “¿y qué pasaría si te dijera que en verdad la canción no duró 3 minutos 50 segundos, que esa es aproximadamente su duración, sino dos horas? y que en esas dos horas no estuviste aquí, en mi cuarto, sino en otro mundo ,fuera del tuyo, donde eras feliz ,donde todo era bonito…? ¿Qué pasaría donde te dijera que puedes hacer esto un millón de veces con las diferentes millones de canciones que existen? Y que cada cantante es un Dios que habla a través de sus canciones, cada idioma es un estado de ánimo plasmado en letras tratando de sacarte de lo que ellos han vivido e incluso peor, con el fin de darte una vida sabrosa, créeme que de verdad que eso es lo que realmente describe a un Dios“.

Post Data: mi “Dios” favorito es Bob Marley.

Reencuentro. Por Alessandro Gallo Lara, 8-3


En un barrio dominado por las pandillas, el robo y la muerte,  vivía en una vieja casa abandonada, Rodrigo. Casa que estaba en medio de una guerra de bandas, lo que hacía que fuera casi imposible vivir ahí. Pero Rodrigo no quería irse de allí,  ya que era  el único recuerdo  de su hija Elisa, a quien tuvo que . entregar al Instituto de Bienestar Familiar, porque él no podía cuidarla. Fue en el tiempo en el que las pandillas se apoderaron del barrio, y su salud empeoraba.
De vez en cuando  hacia trabajos temporales, para ganar algo de dinero. No siempre le alcanzaba para comer. Hasta pensó en suicidarse, pero no lo hizo, porque tenía el sueño de volver a ver a su hija. Por eso, a veces, en vez de comida, compraba boletos de lotería.
El día del sorteo de la lotería solía ir a un bar a pocas cuadras de su casa, donde su amigo Andrés, que era el dueño, y le pedía que le pusiera la transmisión por televisión.
Con el tiempo, los boletos de lotería eran cada vez más caros y, a Rodrigo se le dificultaba más comprarlos, hasta que no pudo hacerlo; lo que hizo  que perdiera la esperanza de volver a ver a su hija.
Andrés sabía que Rodrigo no podía comprar más boletos y quiso comprarle uno para su cumpleaños. Ese día Rodrigo fue al bar de Andrés,  y éste le regala un boleto, que resultó ganador como pudieron darse cuenta durante la transmisión del sorteo, por televisión.
Rodrigo reclama su premio y después va al Instituto de Bienestar Familiar,  pero al preguntar por Elisa le dijeron que hacía cinco años había dejado el lugar.
Regresó al bar y le preguntó a su amigo
-¿Cuánto tiempo ha pasado desde que empecé a jugar la lotería?
-Casi 15 años.
Rodrigo se sorprendió al oír esto, estaba tan centrado en volver a ver a su hija, que perdió la noción del tiempo…
-¿Qué puedo hacer ahora?
–Podríamos llamar a la gente de ese programa de reencuentros, he oído que son muy buenos
A Rodrigo le gustó la idea. Al contactarlos les dijeron que no tardarían más de un mes en encontrar a Elisa. Rodrigo compra ropa para que su hija no lo vea con la que tiene, rota. Y la guardó. Pasaron los meses y no encontraban a Elisa.
Rodrigo, discute con la gente encargada de la búsqueda y después se fue para el bar, pero al entrar, se desmayó.
Al despertar se dio cuenta de que estaba en un hospital, en esas escuchó a su amigo Andrés hablando con un doctor, que le dice
-su amigo está muy débil, al parecer lleva demasiado tiempo sin comer y es poco probable que sobreviva.
Al escuchar esto se puso muy triste, no podría volver a ver a su hija de nuevo. Ya a  punto de morir, sintió a una persona abrazándolo y cuando abrió los ojos vio a una niña, él pensó que por fin pudo ver a su hija, que pudo cumplir su sueño y que podría morir en paz.
La niña salió de la habitación,  después de la muerte de su padre y Andrés le preguntó -¿de verdad eres la hija de Rodrigo?- y la niña le respondió: -no, en realidad soy su nieta, mi madre murió hace dos años en un accidente de avión.

Toby. Por Mariana Ochoa, 10-1.


Había una vez una niña llamada Mariana que tenía muchas muñecas y peluches y vivía con su familia en envigado. Su juguete favorito era un perro con un buso  rojo con franjas verdes, que ella llamó Toby.

Cada que Mariana miraba los ojos de su perro veía en estos una gran tristeza reflejada y no era capaz de sostenerle la mirada. Aun así siempre lo tenía a su lado.

Mariana pasó toda su niñez al lado de su mascota de peluche. Siempre lo llevaba a todos lados.

Un día, a media noche, escuchó un estruendo que provenía de la cocina. Alarmada, despertó a su abuela Rocío y le contó. Su abuela se dirigió a la cocina, la niña iba detrás de ella. Cuando llegaron, encontraron a Toby en  el suelo y muchos trastes quebrados. La abuela tenía cara de temor, como si tuviera un fantasma en frente de ella, pero este gesto no le duró mucho y comenzó a recoger los trastes rotos, mientras Mariana  se iba a dormir.

A la mañana siguiente la abuela preparaba el almuerzo con una tía de Mariana. La  niña pasaba por la cocina y escuchó a su abuela decir, que de nuevo Toby  estaba apareciendo en lugares extraños. Mariana no le prestó atención  a eso.

Con el tiempo Mariana notó que efectivamente Toby aparecía en lugares  fuera de lo usual y pensó que Toby tenía vida. Desde ese día lo trató como una mascota real.

En las noches, Toby siempre desaparecía.

Mariana creció y su familia decidió vender la casa.

La niña no volvió a ver a Toby