Y da miedo porque dicen que el lupus -la enfermedad con la que vivió Cabeto cada día de su vida- se hereda de la mamá y también dicen que en la mujeres el lupus se instala haciendo la vida más difícil y dolorosa, pero no mata. En cambio, el lupus en los hombres es una sentencia a muerte, sentencia que Chaparro pospuso con cada página que escribió, con cada dibujo que pintó, con cada cigarrillo que se fumó.
Leer a Chaparro a mis 52 años, como no lo hice a los 32, es un reencuentro con la literatura. Es un reencuentro con un amigo que no conocí y que sí conocí, con un amigo que tal vez no fue mi amigo, aunque sí, fue amigo y fue compañero de universidad, y fue cómplice; fue el que se inventó el nombre de Zoociedad y a quien dedicamos el primer capítulo de Conjunto cerrado porque se murió justo cuando estábamos reiniciando en la televisión, él conmigo y yo con él.
Da miedo la primera persona de su obra. Leer los cuentos de Chaparro es descubrir que fue pianista en los burdeles de París, ladrón de libros en Londres, cazador de tigres en el Alto Volta, mujer víctima de su amante. No le dio miedo a Chaparro ser mujer y eso lo convierte en mi héroe. Da miedo leer a este joven, gran Borges de Niza Etapa 2, que en cada lectura reencarna en pez, en paloma, en perro, en demonio o en Pink Tomate, el gato de Opio en las nubes.
Y da miedo leer a Chaparro porque él, que conoció la fecha de vencimiento de su empaque, vivió más que toda nuestra generación junta; lo leo y reconozco en cada cuento un ejercicio anticipatorio de (una posible) muerte como para descifrarla, para imaginarla, o sólo para espantarla: en este cuento voy a morir comido como pescado frito, en este otro, en cambio, voy a morir asesinado por el autor de mi libro; hoy seré el cazador cazado y reducido a una cabeza trofeo; hoy moriré como mueren las mujeres a manos de sus amantes; hoy me suicido, hoy me mato. Murió todas las muertes posibles, o casi todas, menos la de morir de viejo o de aburrimiento.
Y da miedo el dolor. Leer a Chaparro es leer el dolor. Duelen los pedazos de vidrio en la sangre, duele el ahogo en los pulmones llenos de humo, duele el corazón roto del desamor, duelen “los murmullos mientras los huesos se (pudren) en el interior del cuerpo”, duelen los días no vividos, los personajes no inventados, los viajes no realizados, los cigarrillos sin fumar. Me duele Chaparro.
También duele leer la genialidad, duele no haberla celebrado con él con una botella de whiskey en la mano y bailando I can´t get no… ¡no, no, no!, como sí celebramos nuestra mediocridad, porque con ese coro que cantamos como un mantra, Mick Jagger se jodió en nuestra generación: nunca plenos, nunca nada suficientemente bueno, nunca satisfechos.
*Paula Arenas es filósofa con estudios en cine y televisión. Desde 1990 trabaja en el diseño y desarrollo de proyectos para televisión entre los que se encuentran Zoociedad y Quac. Desde el año 2011 hace parte del equipo de Señal Colombia como asesora de contenidos y promoción del canal.
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