Un fumador de tiempo completo, un hombre de pocas palabras, un escritor que quería ser gato. Así describe Alejandro González a Rafael Chaparro Madiedo, el autor de esa novela de culto llamada Opio en las Nubes.
Crónicas de opio, libro de González editado por Hombre Nuevo y lanzado esta semana en la Fiesta del libro, es un nuevo testimonio sobre ese escritor “fumador, introspectivo y que parecía malaclase por lo tímido”.
Filósofo de los Andes, novelista, cuentista y guionista de programas de televisión como Zoociedad, Quack y La brújula mágica, sus seguidores saben bien que parte del éxito de estas series de principios de los 90 se debió al trabajo que adelantó junto a figuras creativas como Jaime Garzón, Euduardo Arias y Karl Troller.
Otros detalles no son tan conocidos. Crónicas de opio recoge testimonios inéditos de personas cercanas, como su padre, Rafael Chaparro; su esposa de 1991 a 1992, Ava Echeverri; el poeta y mentor Manuel Hernández; el dramaturgo Fabio Rubiano o su jefa en el diario La Prensa, Ana María Escallón, para quien Chaparro Madiedo era un
filósofo de tenis que “escribía en su computador como componiendo canciones de rock”.
Por sobre todas, las de los Rolling Stones. Un admirador de Mick Jagger, John Lennon y Julio Cortázar que se movía por Bogotá en un Renault 4 color beige, algunos de sus amigos lo llamaban Chaparrock; los jurados que le dieron el Premio Nacional de Literatura en 1992, Virus Cocker, como su pseudónimo; los del La Prensa, el sapito de Niza. De Niza, porque pasó su niñez en esta zona de Bogotá; Sapito, porque se hinchaba con las medicinas que le prescribían para controlar el lupus que padecía.
“Si por un lado estaban el cine, el rock y la literatura, por el otro la cortisona, que a diario tenía que tomar junto con otros medicamentos”, le dijo Ava Echeverri a Alejandro González.
Lucky, Marlboro y principalmente los Piel Roja eran sus cigarrillos preferidos. “El tabaco es una especie de mar extraño por donde navegan las ideas. Unas se van con el humo. Otras se quedan”, escribió Chaparro Madiedo en 1995. “El humo de los Pielroja que le salía por la boca era una extensión de sus palabras”, recuerda el periodista
Ignacio Ramírez.
Si hoy se conoce de su vida y de su escasa obra, advierte Alejandro González, se debe a que sus lectores no lo dejaron morir.
Cuando Opio en las nubes fue publicado gracias al premio de Colcultura, vio la luz con apenas 2.000 copias. Como la obra de Pink Tomate y Amarilla era escasa y apetecida, los lectores se robaban los libros de las bibliotecas públicas, los fotocopiaban.
Dice Alejandro que el mito creado a partir de Opio en las nubes y Chaparro Mediedo fue alimentado por el rock, por una tradición literaria que empieza con Andrés Caicedo. “Que vos te encontrés con que no todo es Macondo sino que hay un montón de literatura que te habla de las cosas que a vos te gustan, eso genera culto. Y si a eso le sumás que te leés el libro de alguien que se muere joven, y que existe la leyenda de que murió de sobredosis y solo dejó ese libro, eso también ayuda al mito”.
Solo mitos, pues en 2010 la Universidad de Antioquia publicó Zoológicos urbanos: Historias mutantes de Rafael Chaparro Madiedo, una recopilación de textos periodísticos, también a cargo de Alejandro González. Fresca está la tina de El pájaro Speed y su banda de corazones maleantes, novela póstuma publicada este año por Editorial Tropos que hace un homenaje a los Beatles, el Sargento pimienta y su banda de corazones solitarios.
Otro de los grandes hallazgos del trabajo de González es un libro de cuentos llamado Siempre es saludable perder sangre. Claudia Sánchez, la mujer que vio morir en sus brazos al escritor gato de apenas 31 años, tiene en su poder este manuscrito que se mantiene inédito.
“El otro descubrimiento de Chaparro es que no era drogadicto y no era alcohólico”. Quién sabe entonces de dónde el opio y el trip trip trip, porque, como cuenta González, Rafael Chaparro “no se murió de sobredosis sino de lupus, una enfermedad poco rockera”.
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